Capítulo 9

No se sabe cómo, María Gonçalves empezó a vivir en aquella casa. A los pocos días de llegar, ella misma emprendió la construcción de una pequeña pieza en el patio del fondo. La visita de ña Martina no fue de bienvenida. “Kuña ojogapóva ndaha’éi mba’e porã… Ndépa, che áma, mba’e hína la nerembiapo”[1]. María no sabía quién era pero la conocía: No la escuchó.

-Julio, Julia! Não vai pra longe, seus demônio![2]

Julio y Julia no perdieron tiempo. Los mita’i, que sabían portugués, le preguntaron a Julio si “lá onde você morava os piás sabiam jogar bola tão bem quanto agente?”.[3] “Che amoite la túa ha ko’ápe avei, ha axuga vaipaitéta penderehe, peẽ arruinado…”.[4]

Un mostrador, un refrigerador y una mesa de billar; y al rato nomás, la bullente afluencia en la bullida casa. Y las señoras de rosario asiduo no le dieron espacio al tiempo para demorar las habladurías; sus lenguas, teñidas del verde mate que ya corroía las bombillas -excusa para el chisme- las decantaban por medio de su lógica exclusivista.

María permanecía impasible ante los cuentos. Pasaba sus largas siestas sentada bajo un limonero, arrancándoles piojos a sus hijos, o tomando tereré. En el sigilo del atardecer, antes de que se asentara la noche, venían a visitarla sus amigas, con las que, desde que se había mudado, ideaba un acuerdo.

María nunca mostraba sus piernas rugosas marcadas por el fuego, pero sabía abrirlas a aquellos de caricia precisa y lengua habilidosa. Aunque la noche no le había regalado más que púberes torpes y hambrientos.

-Oh, María!

Hierbas machacadas, tufo de caña blanca. Indecibles impresiones que hacían recordar la tierra. Dedos incisivos que sabían dónde posarse para provocar irrepetibles temblores; los cuatro muchachos no sabían de eso. Cuando por un azar pasaron frente a su casa, entraron vacilantes y se sentaron en los sillones de cables flojos. Los cuatro eran muy conversadores y le cayeron bien a María. Las visitas se hicieron asiduas, y les permitieron poner su música y jugar baraja y cambiar el canal del televisor ―sin necesidad de comprar las cervezas que no querían tomar―. Entonces, ésa sería su casa segura, su pido, su tambo. Pero nada del húmedo abrazo de la mulata; ellos no la veían con aquellos ojos; ni María, que les decía: “Vocês é como se fosse meus filho”. [5]

Una salita con sofás descocidos, una mesita destartalada y una vieja puerta colocada a modo de balcón que hacía de bar; un foco que iluminaba la habitación con su luz amarillenta, y algunos insectos que proyectaban su sombra contra las paredes cuando trataban de alcanzarla. En las paredes, retratos de conjuntos y cantantes tan viejos como desconocidos para los visitantes. María que vestía el mismo gastado vaquero ajustado de cintura alta que comprimía su flácido cuerpo; la misma blusa roja, que, aunque fuese otra, era siempre la misma; el pelo corto negro, rizado, con algunas blancas pelusas, y los labios rojos que eran como una flor colocada sobre esa negra gamuza.

tocar tambo[6] y estar en casa

tocar la mano amiga y fortalecerse

tocar el labio ajeno con los dedos y encontrar alivio

tocarse uno mismo

tocarse

1, 2, 3…

cerrar los ojos y aguardar con ansia

6, 7…

cerrar los ojos y esperar,

ansiar que llegue el tiempo

ese tiempo-como-rueda-de-bicicleta-chocada

que gira sobre el eje inmóvil

esa hora-de-rosario-reiterativo

cerrar los ojos y aguardar con ansia,

ansiar que llegue…

9, ¡10!

¡acruzado![7]

¡tambo!



[1] Una mujer que construye una casa no puede ser cosa buena. Así que, usted, señora, qué pretende.

[2] ¡Julio, Julia, no se alejen, demonios!

[3] Donde vivías, ¿los muchachos jugaban tan bien como nosotros?

[4] Allá yo era el papá y aquí también, y voy a humillarlos, inútiles…

[5] Ustedes son como hijos míos.

[6] Tambo: En el juego de las escondidas, poste o árbol contra el cual debe recostarse a contar con los ojos cerrados uno de los jugadores, y que debe tocar después de avistar o tocar a los demás jugadores, que se han escondido, según la variante.

[7] ¡Acruzado!: Interjección que se utiliza en el juego del acruzado, una variante de las escondidas en la que se tiene que avistar al escondido y tocar el tambo antes que él.

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