Capítulo 7

―¡Yo le vi! ¡Yo le vi!

Los menudos pies descalzos se atropellan para salir primero del gran baldío, para llegar primero a casa.

―¡Yo le vi más primero! ―dice uno eufórico, con los ojos arregazados de miedo…

―¡Macanada lo que decís…! ¡A mí me aulló más antes…!

―El Luisón no aúlla, nde tavýcho…[1] Medio llora nomás, o sino katu[2] medio canta, así, mirá… ¡Ay, ay, úy, úy…!

Los pies corren destempladamente el tape-po’i[3] a cuyas orillas se levantan murallas de grises chircas[4], cerrándose como un crujiente techo sobre sus cabezas; chircas firmes y oscuras que se paran como centinelas del campo en la noche. El plás-plás de pies despierta a un dormido ynambu-guasu[5] cuyo aleteo arranca algunos gritos a los mita’i que, aun conociendo bien el revoloteo detrás de ellos, se aúllan los unos a los otros que “es el Luisón”, que se ha convertido en hombre-pájaro, “cháke ñandejagarráta!”.[6]

Salen a la calle y, saltando un alambrado, cruzando un patio ajeno, salen a otra calle en medio de la cual se levanta incongruente un enorme mango; se detienen para respirar debajo de su sombra nocturna, y no pierden la oportunidad de arrancar algunos frutos verdes, para protección. Tiemblan y respiran, y el miedo, la emoción, les infla de regocijo.

―¿Escucharon? ―pregunta uno casi a los gritos. ―¡Cháke,[7] ahí viene! ―y sobre un raquítico perro negro de facciones criminales llueven los mangos verdes. ―¡Néipy,[8] Luisón! ¡Fuera-ke![9] ―juntando los labios le lanzan espantosos besos repelentes, más dolorosos que clavos en la audición canina...

Luisón,

convertido en ynambu-guasu,

vuelto perro asesino,

espantado a mangazos hacia el chircal.[10]

Antonio corre el cerrojo del portoncito de madera con todo cuidado para que en su casa no se despierten con los herrumbrados chirridos. Entra a su pieza por la ventana, enciende la linterna para mirarse en el espejo. Esta noche el cielo sonríe en su solo diente de luna llena. Antonio se desviste, sonríe para sí mismo en el espejo, y se acuesta sonriendo en la cama; se saca la tierra de cementerio de las uñas, con las uñas, que son como diez pequeñas sonrisas dactilares.

Sonriendo lo encuentra su mamá en la mañana, con las sábanas ensuciadas de tierra negra.

―¡Qué piko[11] te pasó en tu lomo, che memby?[12] ―inquiere temblorosa ña[13] Pastorina. ―¿Quién piko te pegaron?

DURANTE sus primeros años, su madre y sus hermanas le habían tributado a Antonio tantos decoros. A Antonio, como es de esperar después de tanto mimo, le floreció la vanidad… y cumplidos los quince años estaba más que probado que no serviría para las faenas de esa campaña suburbana. Las mayoras, junto con Ceferino, un criadito que por el derecho a una litera y a un plato en la mesa realizaba todo tipo de labores, ponían en la mesa.

Antonio,

sola espina de seis hermanas hembras.

Las seis rosas de ña Pastorina

¡para que las robe un jardinero!

El varón,

redención de su maternidad solitaria.

Si bien eran en cierta forma amigos, Ceferino creció junto a Antonio con una envidia como de hijo bastardo. Él tenía que realizar todas las faenas, mientras el patroncito se regodeaba con la sola sonrisa de siempre… Fue Ceferino quien, movido por un sutil deseo de venganza, le señaló a ña Pastorina ciertas particularidades de su hijo, que por la convivencia diaria pudieron haber pasado desapercibidas, o por quién sabe qué cosas…

―Siete ramo kuri la ne membykuña, la ségtima bruja-ta kuri… Kuimba’e memérõ katu la nememby ndaje el ségtimo Luisõ… Pero nde membykuimba’e ndesalva, ña Pastorina, porque o si no…[14]

Y a ña Pastorina se le revolvió la yerba en el estómago, y se le revolvieron las “malas ideas” en la cabeza; después de corroborar por quién sabe qué medios ciertos hábitos perreros de su criadito, lo echó de la casa con la ropa que traía encima: Como había entrado.

Noche de mate cíclico.

Ceferino que sorbe con pasión,

que potencia sus energías para rebelarse;

que se rebela contra la fuerza de una prescripción

que atenta contra su especie…

Rebeldía la de él que, sin embargo,

no sabe de furias contra furias suyas interiores;

furias consigo mismo que desata contra Antonio

en la forma de una devoción singular…

Ceferino y Antonio, compinches de la noche,

rebeldes satánicos…

La perspicaz vecina, que con astucia y olfato zorrino persigue el chisme, su presa nutritiva, se da inquisidora cita en casa de ña Pastorina, para fisgonear, para pagar sus penitencias con sufrimiento ajeno. Fingiendo malestar aplaude en el portón y pide un poco de agua.

Mba’éichapa,[15] doña… Ndaikuaái mba’épa la ojehúva chéve… Che akãjere lénto…[16] ―y antes de terminar de tomarse el agua aprovecha para preguntar por Antonio… -upe nememby karia’y porãite.[17]

Y ña Pastorina, a la que se le notan los quebrantos en la cara, se vale de tan oportuno examen para desahogarse al mejor estilo de víctima:

Áina… Che preokupa katu hína la che memby… Amalisia pyhare oñembuepoti…[18]

―¡Es posible![19] ―apretados los ojos oblicuos, y con sutileza -Ilómope pio?[20]

Ña Pastorina asintiendo extrañada, y la vecina santiguándose, despidiéndose con una cara de Póra satisfecho.

La noche sonríe plena, y los perros compiten en la distancia por rendirle las más agudas serenatas a esa sonrisa embriagadora. Antonio, recostado contra la gran planta de mango, esperando la hora de regodearse en medio de tanta muerte que prefiere pensar como el Paraíso. Cruza el patio ajeno con lentitud, esperando que una horda de linternas y machetes se aleje… Se toca la cabeza riéndose, salta el alambrado y sale a la otra calle. Transita con cierta complacencia el chircal, con una mano en el bolsillo y con un cigarrillo en la otra, riéndose del caso ése del Luisón, que promueve concilios nocturnos.

Entra al cementerio que tanto ama y –no hay cómo negar que hay algo de perruno en su fisonomía- se desliza en cuatro patas hasta su panteón querido, se quita los zapatos y se desabrocha uno o dos botones, para tenderse junto al cuerpo del sepulturero que duerme semidifunto: Ceferino.

―¡Guá!

CEFERINO no tuvo que buscar mucho. La noche en que lo despidieron se refugió en el cementerio, y en el cementerio le dieron un colchón y una pala, y cinco mil’i[21], diez mil’i a cambio de unas paladas… Ceferino era un misterio difícil de escrutar; jamás volvió a salir del cementerio, al menos en forma humana…

Aparecieron las primeras señales de una aparición maldita. Panteones removidos, por todos lados, ¡maldito castigo! Los ancestros de las beatas, ¡con sus huesos saludando a la luna! Los de ña Pastorina, esparcidos de noche por el Luisón, recogidos por Ceferino de día.

Rebelde de los oscuros conjuros.

Rebeldía de signos ignotos.

¿Reclamando qué?

¿Cómo?

Que no te entienden, bestia.

Las palmas en el portón despiertan a ña Pastorina de su sueño.

―¿Quién son?

―¡Luisón! ―la respuesta del coro es rematada con una tremebunda carcajada.

Se viste como puede y se calza las zapatillas. Enciende la luz de la sala y antes de abrir la puerta intuye la razón de la visita.

―Rehecháma pio la jasy, ña Pastorina?[22]

Pemongaraíma la pende vála?[23] ―atina a preguntar, y al recibir afirmación agrega ―La madre-ko[24] siempre oikuaa…[25] La madre-ko siempre sabe…

Antonio le toca un hombro a Ceferino y éste responde con un suave gemido que aquél interpreta como reproche por perturbar su sueño. Qué importa, con ese asunto del Luisón no aparecerá nadie para molestarles: Ni excéntricos, ni enamorados…; así que hay tiempo. Enciende un cigarrillo y trata de acomodarse mejor en el frío e incómodo piso del panteón que le ha causado tantas raspaduras y hematomas en la espalda. “Voy a traer unos cuanto vosa-kue[26] de arpillera para que no más me moleste”.

Contempla las formas que la humedad dibuja en el techo de hormigón del panteoncito y se pone a pensar en las prácticas de Ceferino. Ahora, hermanados más que nunca, vejan a las beatas con el viejo cuento. Él se arrodilla a rezar los rosarios con ellas a las tres de la tarde, y a las tres de la mañana, en el panteón, son otras genuflexiones… Recostado, cierra los ojos y se duerme un poco también.

―Chediskulpákena, ña Pastorína! Ndaha’éi raka’e la nememby… ¡Chediskulpákena![27]

Y las gargantas llevándose el aire para dentro “Hí”, más adentro, como un gemido inverso “Hííí”. “Hííí”. “Hííí”. “Che Dio…”.

―Ceferino nipo ra’e…[28]

Gruñidos amenazantes de negra bestia peluda.

Cuadrúpedo que se arrastra sobre los codos,

reclamando justicia.

La séptima bala,

con su potencia de plata.

Las palmas benditas.

¿Final cercano?

Beatas que vomitan y macumbera que reza.

El cura bendiciendo, el cura maldiciendo.

¿Final cercano?

¿Final cercano?

Algo húmedo, primeramente tibio, luego cada vez más frío, despierta a Antonio. Se mueve incómodo sobre el piso pedroso. “Ceferino… ¿Qué-iko[29] te pasa, Ceferino? ¡Ceferino!”. Un grito lúgubre despierta a los perros que corean un aullido solo.

Antonio transita tambaleando el breve camino hacia el chircal, y lo cruza llorando a los gritos –su llanto es más bien un aullido lastimero-; cruza la calle, el alambrado, el patio ajeno, y, ya alcanzando la planta de mango, se echa en cuatro patas, se arrastra hasta ella y se pone a lamer la sangre de sus ancas. Su madre, que lo esperaba en el portón de la casa, lo ve a la distancia, corre a su encuentro, y lo estrecha entre sus brazos…

―¡Ohasáiko nerakambykuáipi, che memby? ¡Ohasáááiko nerakambykuáááipiii![30]



[1] Tavýcho: Estúpido.

[2] Katu: Bien, seguramente, sino. (Interj.) Pues.

[3] Tape-po’i: Caminito. Camino angosto, alternativo.

[4] Chirca: N.C. Bacchiaris solicifolia. Especie de planta arbustiva perenne muy común en los campos del Paraguay y vista como maleza por el sector agrícola.

[5] Ynambu-guasu: Rhynchotus rufescens. Especie de perdiz de gran tamaño de carne muy apreciada.

[6] ¡Cuidado, nos va a agarrar!

[7] Cháke: (Interj.) ¡Cuidado! Porque.

[8] Néipy: (Interj.) ¡Zape!

[9] Ke: Sufijo de accidente verbal de modo imperativo conminatorio.

[10] Chircal: Chircas que crecen en un mismo lugar.

[11] Piko: Expresión que indica interrogación, admiración o extrañeza.

[12] Hijo mío.

[13] Ña: Doña.

[14] Si hubieses tenido siete hijas, la séptima hubiese sido bruja… Si hubieses tenido sólo varones, se supone que el séptimo habría sido Luisón. Pero su hijo varón la ha salvado, doña Pastorina, porque de lo contrario…

[15] Mba’éichapa: Saludo en guaraní. ¿Cómo estás?

[16] No sé lo que me pasa... Me da vueltas la cabeza…

[17] Ese hijo suyo tan hermoso.

[18] Ay… Pues me preocupa mi hijo. Creo que anoche le han golpeado.

[19] ¡Es posible!: Expresión interjectiva.

[20] ¿En la espalda?

[21] ’i: Sufijo que sirve para formar diminutivos, como ito o cito en español. Chico, pequeño.

[22] ¿Ha visto la luna, doña Pastorina?

[23] ¿Han bendecido las balas?

[24] Ko: Sufijo de modo narrativo verosímil.

[25] Oikuaa: Sabe.

[26] Vosa-kue: Bolsas usadas.

[27] ¡Discúlpeme, doña Pastorina! Así que no era su hijo… ¡Le suplico que me disculpe!

[28] Conque era Ceferino…

[29] Iko: Ver piko (62).

[30] ¡Acaso pasó entre tus piernas, hijo mío? ¡Así que pasóóó entre tus pieeernaaas!

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