Capítulo 28

Había hecho calor todos los días de la última semana, pero esa noche se esparcía fría entre los chircales y sobre el campamento. Algunas mujeres traían bidones rebosantes de agua equilibrados diestramente sobre sus cabezas; sus ojos: dos, cuatro, múltiples negras luminarias; pies taciturnos arrastrándose por los rojos terraplenes, levantando roja polvareda. Por ahí lloraba una niña morocha de cabellos rubios, quemados, resistiéndose al lavado de cabeza; su mamá tiraba de su pelo con violencia y le propinaba algunos violentos saple[1] para obligarla a callarse, anive nerasẽ.[2] Anochecía tan despacio, se demoraban tanto los matices naranja en el horizonte que aquel niñito quería prolongarlos más con su pandorga amarilla de hule. Y aquella anciana que limpiaba a su gato de los taha-taha[3] que se le habían pegado en los pastizales cuando alguna cacería, ¿no era todas las ancianas despiojando por ahí?

Los hombres no. Quietos, más sujetos al silencio, fumaban con parsimonia; algunos miraban al horizonte, las estrellas, y la luna que estaba arriba desde hacía rato; otros miraban las luces de la estancia de seu Washington Cavalcante quien, según sabían, pretendía impedir la invasión a toda costa. Lo sabían de la boca de Silvio, el capataz de la estancia, que cuando podía visitaba el campamento para tomar tereré con los sin-tierra; él también, sin más tierras que las del patrón.

Por eso, la noche de la toma no se oyeron disparos en la estancia ni se oyó ladrar a los perros. Con sus remeras como capuchas y los sombrero-piri[4] volando sobre sus cabezas, los hombres cruzaron el campo agachados, corriendo, volando como avispas ebrias.

Seu Washington se levantó sobresaltado de la cama y corrió hacia la puerta para verificar que todos los cerrojos estuvieran cerrados, pero escuchó los cuchicheos de algunos hombres que ya habían tomado la cocina. Retrocedió sosteniendo la respiración y abrió una de las ventanas; afuera, la noche palpitaba sublevada, y se oían susurros dispersos. Lanzó el peso de su cuerpo fofo por la ventana, y cayó sobre un joven asustado que no tuvo tiempo de recuperar el machete. Seu Washington blandió el arma y la hundió en el pecho del muchacho. Le quitó la capucha al moribundo invasor, y volvió a colocársela con cuidado, temblando de estupor.

Vaya fatalidad la de esta noche. Y Silvio… Mañana Silvio sería santo.



[1] Saple: Trompada.

[2] Ya no llores.

[3] Taha-taha: Semillas adhesivas de algunas especies de gramíneas.

[4] Sombréro-piri: Sombrero de palma de Karanda’y.

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