Capítulo 26

-Yo te traje algo.

-¿Algo de comer?

-¡No…! Un cortometraje es, canadiense, bueno es.

Sentado y vacilante. Pero las desganas son primero. La piel grasienta, los cabellos enmarañadamente encrespados y grasientos y cavilaciones desacertadas sobre el sillón de terciopelo azul mar cuando un clic dice que sí aunque diga que no. Un gallo muerto y desplumado que escupe una redonda gota roja de sangre, una delicia robada del gallinero del colérico vecino que mañana por la mañana escupirá quién sabe qué improperios, pero qué importa si lo que importa es ablandar la carne de ese gallo como se ablanda con un tenedor la dureza impenetrable del existir todos los días; caramba si también podemos con esos humores. “Cómo se le ponen las alas a un ángel”. Alitas de gallo, alitas de gallina casera, alitas de pollo al horno, alitas de pollito que son bien tiernas aunque no tengan mucha carne pero los huesos casi cartilaginosos se desintegran, se derriten en la boca con ayuda de los dientes, a la parrilla, al espiedo: ¡Qué hambre!

-Dura unos pocos minutos. Atendé.

-Estoy viendo… -tratando de ver la pared a través de la pantalla donde hay una puerta que da a un patio extensísimo por el que cacarean y cacarean… -¿Por qué te gusta tanto la película?

-Porque me aterra.

-Pero no es de terror el corto. Es medio negro, no sé qué es.

-Pero me espanta.

-¿Y por eso lo ves? ¿Porque te espanta?

Si uno tuviera alas para volar… Porque las gallinas no vuelan, son pesadas y feas y deformes. Si uno pudiera volar se elevaría lentamente para dejarse mirar por las gentes desde abajo, desde sus casas, y ver las cosas desde otra perspectiva, desde arriba, como se siente a veces que le miran a uno. Mi casa está en una bajada.

Y ésta que no trajo la película de casualidad. Quiere que le ponga las alas del ángel en la espalda, quiere contraerse contra mi pecho, arrullarse entre mis piernas mientras yo la desplumo.

Ah, si uno pudiera volar para escaparse del gallinero.

-¡Hija de mil! ¡Tocá un poco mi corazón!

Alas. Alas a la imaginación, alas al corazón, la chica quiere volar, Alas Clarín.

¡Qué corazón más diminuto! Con razón las gallinas no se enamoran.

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