Capítulo 3

El sol y los danzantes. María Gonçalves, agitá la criba para que el aroma del café se eleve como humo de sahumerio, para que se meta por tu chata nariz y te dé nuevos bríos para seguir zarandeándolo. Aquél entona la canción y éstas la corean con su la laiá laiá laiá. Los demonios reposan, María, acaso narcotizados por el sol, por la canción.

Ya viene la camioneta; todos a la carrocería. Vos a tu rancho, Valdir al boliche. Qué cerca que está la noche, María, ¿la ves?

María Gonçalves, arropá a tus dos semidesnudos críos de pies sucios. Duermen ya en el fino colchón de espuma, única cama sobre el piso de tierra, en tu casa de tablas de una sola habitación en la campiña mineira.[1] La noche es el mismo tórrido abrazo para todos esta noche. Encendé un cigarrillo en las ascuas humeantes del brasero de llanta vieja; cómo se consumen las pocas ramas verdes que le quedaban al desmirriado laurel; crepitan junto con diarios viejos de mercado y bolsitas de hule, chis-chis; inundan el ambiente con un calor acedo que irrita ojos y gargantas. Quitate la tricotita gaúcha[2] que llevás puesta, es demasiado abrigo para esta noche inusualmente calurosa de invierno; ahí tenés la remera vieja, secate el sudor que mana de tus poros, que se te va a helar la espina cuando el frío se anime a echar algún respiro. Qué agradable que está el fuego, ¿verdad? ¿Te ofusca la confusión térmica? Acercate pues. Sentate a esperar a que vuelva tu hombre del boliche, para que después de que te haga el amor te puedas recostar aquietada a esperar el sueño.

(“Olha, tia, cachorrinho”).[3]

Seguro que no tarda en llegar, sucio de tierra y cayéndose de borracho; con su chaqueta de pana negra. Qué virtud para abrazar olores tiene el rapai[4] –acaso sos vos la del don de inventarlos-: Olores de hombre, de chacra, de humo, de cachaza, de otras mujeres; conocés cada uno de esos olores, ¿verdad? Se te meten por la nariz hasta dónde, y debemos suponer que te duelen.

(“Maria!”. La niña no escucha. “Sai daí, menina!”.[5])

Apagá el cigarrillo, María. Levantate y cedele el cajón de tomates para que se siente. Trae una botellita de cachaza en la mano, y un trozo de carne envuelto en papel de diario en la otra. Encendele el cigarrilo.

¿Temblás? Está parado ahí, junto a vos, fumando parsimoniosamente. Qué tosco que es, de gestos de expresiones; pero te gusta su piel morena, su corpulencia, ese halo de virilidad que lo envuelve, que lo torna desgarradoramente atractivo para vos, porque le temés, porque te deleitás en ese temor. Le tenés miedo, por eso todavía le sonreís y le coqueteas sin hacerlo, como lo hacías cuando aun eras llena de gracia.

(“Nâo morde eu, cachorrinho. Cachorrinho bonito” .[6])

Cuando tu mamá encargó tu cuidado a tus hacendados tíos, la familia de Valdir llevaba tres generaciones trabajando en el cafetal. Vos no sabés, pero apenas él te vio decidió que le pertenecías. Qué placer mirar las piernas morenas llenas de carne debajo de tu alborotada pollera de adolescente. Había sido que desde entonces ya te trataba con desdén, y su cortejo se limitaba a alguna obscenidad al oído; sólo de paso.

Aquella tarde, todos, menos vos, se fueron a la feria. ¿Te arrastró o no sin hacerlo hasta detrás de las porquerizas?

Y desde entonces, después del correspondiente desarraigo, permanecés en el encierro de esta sombría choza, en la que había vivido la gente de Valdir a lo largo de tantas existencias. María la sumisa. María la obediente.

Vou buscar agua para tomar banho[7] –balbuceó apenas Valdir, y le tiró el paquete. –Prepara esta carne para mim, mulher.[8]

Não vai dar pra assar nada com esse fogo.[9]

(“Nâo toca nele, menina!”,[10] la niña alargó la mano. “Ele é louco! O cachorro louco vai te morder!”.[11])

Te mira en silencio. Se le adivina la ira en los ojos oblicuos. Ya se escuchan los ladridos. ¿Qué va a hacer? Sí, en silencio. Tira el cigarrillo al suelo, después de darle un último chupo, y apaga la colilla con la suela del botín. Con un gesto rudo te aparta de su camino y de un viejo ropero, haciendo un estrépito ofensivo, saca una botellita de alcohol y la coloca sobre el tablón; la destapa, y enciende una hoja de diario.

Vai assar aqui[12] -le dijo.

Te quitó el paquete, lo desenvolvió, ¿verdad?, y con un cuchillo clavó la carne. Lo veo arrastrándote, María, hasta el tablón, poniéndote el cuchillo en la mano, oh devota. No sé qué sentir. Poné la carne sobre la botella, con cuidado. Cuidado con el fuego. Encendé la llama azul del etil para que la sangre que se deje gotear de la carne chispee.

Cómo brillan las salpicaduras, apenas Valdir sale hacia el arroyo balde en mano. ¿Imitan tus niños a cerdos despavoridos? Cómo te inflamás, mujer. Y Valdir es una sombra inmóvil sobre el agua.

¡demonio verde-azul!

asalto en la dermis

lágrima:

una piedra atascada en la garganta

un grito pétreo

un gemido telúrico

los ríos evaporándose

los ríos condensándose

los ríos de cristal

¡demonio negro!

dientes de espectral perro-loco

que reconstruyen la lesión

terror:

un peñasco tallado de presencias

la amarga lluvia que lo limpia de todo

que lo renueva tristemente

un peñasco tristemente nuevo

¡demonios asaltando la fortificación!

¡sombras despertando en sus húmedas camas!

terror.

Cuando Valdir vuelve del arroyo con el agua para su baño y te encuentra, María, contorsionándote en el suelo, con medio cuerpo aún en llamas, con esa expresión de mal sueño, de bostezo de no acabar, ordena a los niños que se vayan a acostar; te apaga el fuego de flamas verde-azules con el agua helada del arroyo. Incorporate, vestite pues.

―Vísta-se, mulher, vou te levar no médico.[13]

Tu ropa al cuerpo, fundida a tu piel. ¿Y la piel de Valdir? ¿Tiembla acaso? ¿Y su cara?: Media expresión de compasión sin huella de culpa. Ahí tenés la remera vieja con la que te secaste el sudor…

Azuzalos, María. Llorálos. Despertá a los fantasmas que te han perseguido desde que tenés cinco años, cuando un perro loco te mordió en la cabeza y que las gracias de Pumbagira[14] sosegaron. He de sospechar que te arde el alcohol por debajo de la piel y me perturba verte temblar como energúmena.

―Mas eu não vou levar a minha mulher pro médico sem calcinha[15] ―dijo Valdir, después de inspeccionarla.

¿Escuchás acaso lo que te dice? Si apenas te movés, si la remera se adhirió a tus heridas y convulsionás cada vez que se despega… Más fuerte te va a hablar el rebencazo, y te va a limpiar la sangre y la piel de media pierna esta bombacha que como un filoso alambre te va a cortar las caderas.

Polvorientos terraplenes. La suma del polvo y la oscuridad te hace una máscara con dos húmedos surcos en la cara.

―Mas, o que é que fizeram com a senhora, meu Deus[16] –dijo el doctor. ―Não é tão grave[17] ―agregó tratando de tranquilizar a su paciente, pero él sabía que las marcas del fuego eran indelebles.

Valdir está gastando los cruzeiros para tus medicinas en la cachaza caliente de un boliche del pueblo. Cuando haya gastado todo el dinero, se subirá a la camioneta y levantará polvo camino a tu casa. Cuando llegue, regará con sus orines el desmirriado laurel. Y el foco de la casa, que siempre está encendido, le mostrará solo en la habitación: Los niños habrán desaparecido.

Dormís, ¿verdad?, en la placidez de este blanco cuartito. Aun acostada te sentís levantada. Ahora estás caminando por los pasillos, cuyas lumbres y olores te confunden a tal punto que te arrancás gritos. No sabés dónde estás. Salís a la calle y el aire matinal del pueblo te turba. Han desaparecido los dolores de las quemaduras, reemplazados por el recuerdo del dolor de la mordida del perro loco, que te dejara loca, incendiando tu conciencia con ígneos demonios.

―Com oito anos, um cachorro mordeu na minha cabeça. Daí para cá, eu perdi a parte da minha memória. Aí, se eu estivesse, em comparação, esse lado aí, parece que yo tava acá. E então yo perdia. Si eu estivesse num lugar yo perdia. Daí foi. Depois foi passando, yo ia, mi hermana me retaba por isso. Foi. Depois yo me casei, daí mi marido também riu muito de mim, porque no sabia que eu tinha esse probrema. Yo cheguei em Nova Prata, aí não sabia onde estava; aí yo disse “Onde nos estamos?”, e ele riu, disse “Ay!”, pensou que yo era uma pessoa que não sabia nada. Aí eu chorei muito, chorei muito aí àquela hora porque me deu vergonha. Aí cheguei em casa e meu pai disse pra ele “Vo no sabía do probrema dela?“, ele falou “Não, ela nunca me contou”. “Ela perde a memória e não sabe aonde está”.[18]

María la arrastrada por sus demonios en su ofuscación. María la levantada por vapores escupidos por el suelo. María, envuelta en una tormenta que la empuja, que la encierra en su abrazo, que la sacude, como en una destartalada carrocería. Ahí están sus críos. Allá está el Oeste. Lejos, lejos. Mombyry.[19]

Maria estava aqui...

Maria que está lá.

Maria não se encontra,

Não sabe onde está.

Lalaia laia laia...[20]



[1] Mineiro: Propio de Minas Gerais.

[2] Gaúcho: Propio del Estado de Rio Grande do Sul.

[3] Mirá, tía. Un perrito.

[4] Rapai: Del portugués “rapaz” (muchacho, joven). Nombre con el que se refieren los paraguayos de la frontera a los brasileños o brasiguayos.

[5] ¡Salí de ahí, niña!

[6] No me muerdas, perrito. Perrito lindo.

[7] Voy a buscar agua para bañarme.

[8] Preparame esta carne, mujer.

[9] No se podrá asar nada con ese fuego.

[10] ¡No lo toques, niña!

[11] ¡Está loco! ¡El perro loco te va a morder!

[12] Lo vas a asar aquí.

[13] Vestite, mujer, te voy a llevar al médico.

[14] Pumbagira: Diosa de origen africano. Es la clasificación de una entidad, y una entidad en sí misma, comúnmente invocada por los practicantes de Umbanda en el Brasil. Es conocida como la consorte de Exu, el mensajero de los Orixas en el Candomblé. Personifica la belleza femenina, la sexualidad y el deseo; es vista como una hermosa mujer insaciable. Invocada por aquellos que buscan favores en el amor, tanto mujeres como homosexuales y heterosexuales pueden incorporar a Pomba-Gira.

[15] Pero yo no voy a llevar a mi mujer al doctor sin bombacha.

[16] ¡Pero qué le hicieron a usted, Dios mío!

[17] No es tan grave.

[18] A los ocho años, un perro me mordió en la cabeza. Desde entonces, pierdo parte de mi memoria. Si, por ejemplo, yo estuviese allí parecería que estoy acá. Entonces yo me perdía. Si estuviese en algún lugar yo me perdía. Entonces fue. Y pasaron los tiempos y mi hermana me retaba por eso. Entonces fue. Después me casé y mi marido también se rió mucho de mí, porque no sabía que yo tenía ese problema. Llegamos a Nova Prata y yo no sabía dónde estaba; entonces dije “¿Dónde estamos?”, y él se rió, dijo “¡Ay!”, pensó que yo fuese una persona que no sabía nada. Entonces lloré. Lloré mucho en aquel momento porque sentí vergüenza. Cuando llegué a casa, mi padre le dijo “¿No sabías de su problema?”, él respondió “No, ella nunca me lo contó”. “Ella pierde la memoria y no sabe dónde está”.

[19] Mombyry: Lejos.

[20] María estaba aquí…

María que está allá.

María no se encuentra, no sabe dónde está.

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