Capítulo 15

Todas las acaloradas caras reunidas bajo la sombra de los grandes árboles, perseguidas por los radiantes heladeros que hacen sonar sus flautines de pan. Algunos señores cuelgan sus hamacas de las ramas, señoras se pantallean, y hay un incesante ir y venir de guampas rebosantes de agua helada.

Agachados, furtivos detrás de unos arbustos, unos muchachos planean una expedición hasta el arroyo en la propiedad de los Obrist. Miguel, fingiendo desinterés, se acerca para escuchar lo que dicen, pero no sabe guaraní. César lo advierte; a pesar de ser su vecino jamás le ha hablado.

-Nde, mita’i, mba’e la re’uséa![1]

-¡…! –Miguel se queda paralizado.

César titubea, pero le invita a unírseles con un gesto. Miguel titubea, mira hacia atrás, hacia los costados, y la sonrisa se derrama por todos los bordes. Cuando se acerca a ellos tropieza con una inoportuna piedra y recibe la correspondiente lluvia de zumbos.

Tras varios kilómetros de marcha, encabezados por César, llegan a la estancia y vuelan hasta el arroyo, donde juegan a quién aguanta más tiempo bajo el agua, a quién orina más lejos, a quién cruza en menor tiempo el arroyo nadando; y a Miguel le asombra que tan cerca suyo se den tales cosas y que él las ignorara por tanto tiempo.

El fragor del disparo les obliga a correr desnudos por los pastizales y a arañarse el lomo con los alambres de púa cuando los trasponen hacia la calle, donde levantan tolvaneras que por poco los vuelven invisibles; corren varios cientos de metros hasta el puente de rollos y se esconden debajo de él; se ríen, y se ríen.

Pero Miguel, neófito en estas cuestiones aventureras, no puede correr; ni siquiera puede hablar, paralizado por un miedo que le hace mojar el agua con sus orines. El señor Noguera le agarra de un brazo y, de un tirón, lo levanta sobre sus hombros y lo lleva a su casa: “Te voy a cortarte tu pilín[2]”, le dice; y Miguel, que está hecho un torbellino ciego de sobresaltos, pierde el conocimiento. Lo vuelve a recobrar en su casa, arrodillado, con los cientos de padrenuestros de castigo, pero hubiera querido volver a perderlo, o recobrarlo en el arroyo, orinar tan lejos que todos se asombraran. Qué importa.



[1] Vos, nene, ¡qué es lo que andás buscando!

[2] Pilín: Pene.

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