Capítulo 1

En eso de que soy un mentiroso hay mucho de chisme. Estiro el dedo índice y escarbo con premura codiciosa; araño las corazas casposas que mugen espantosamente y trepidan ante la cosquilla del índice, y me voy metiendo, me voy yendo conmigo mismo de mí. Y esas posibilidades inasibles que fuerza mi quietud pusilánime…, esas literaturas; tan vicio de astronauta, lo sé, pero viajo, me mezo en esta hamaca de hilvanes tenues, en esta bocanada de humo que se desvanece cuando mamá me llama “para tomar teté”.[1] “Ya me voy ya”. Pero esperá, que ahora estoy sentado en la tierra roja y aprieto fuertemente los ojos contra mis rodillas. No tardan en aparecer las luciérnagas fosforescentes y luminosas, no tardan en imprimirse en mis ojos y estallar en el culo de una descomunal luciérnaga sideral que se desmiembra en múltiples luciérnagas diminutas; y me aprieto los ojos hasta ver estrellitas. Y las estrellas producen un débil tintineo al chocar unas contra otras, un agudo tintineo, como el de las cajitas de música; como el de la cajita de música rota que todavía chilla en mi mano, esa cajita que se le había perdido a alguien y que yo rescaté del fuego en el basurero lleno de vidrios rotos de todos los colores, verde, rojo, amarillo que también tintineaban cuando uno los pisaba; la cajita que se perdió en aquella casa de machimbres viejos. No sé por qué me pegaron, no sé por qué lloro si no me duele. De pronto las formas que la humedad dibuja en la pared se desfiguran, figuran algo… Me detengo sobre ellas y miro inmóvil: una mosca. Estoy sentado en la letrina y esa mosca se detuvo ahí y no se mueve. “¿Ya hiciste tu tarea? Mirá que la profesora me dijo que vos andás muy desatento en la clase, señorito. Cuidadito con aplazarte… Mirá que tu papá te va a corregir si andás fayuteando”.[2]

Seguramente. Pero ahora es domingo, es domingo de tarde y mañana es lunes.

Cerrar los ojos para entrever cualquier otra cosa y saborearla con delicia; meter el dedo en el agujerito y escarbar con la uña, desgarrar las orillas para que el aluvión se desborde y nos refresque la cara, nos limpie de tanta polvareda reunida y cristalizada en nuestras caras, aunque sea en ese viaje; porque de la lluvia, ch’amigo,[3] nadita de nada. Por ejemplo, mientras César está aquí a mi lado, me pregunto si…, y basta con eso para vivir del otro lado por un instante. Al volver, qué sé yo, alegrías, esperanzas, pero por lo general despecho, desasosiego, pichaduras.[4]



[1] Teté: Leche, sola o mezclada al cocido (infusión preparada con yerba mate y azúcar), café o chocolate en polvo.

[2] Fayuteando: Jorobando, vagando.

[3] Ch’amigo: Amigo mío.

[4] Pichadura: Enojo, disgusto.

Capítulo 2

El sol que lame los lomos de los cuatro y las áridas calles con sus polvos como ceniza encendida que quema los pies. Y la neblina imperceptible que borronea un poco las formas –último resquicio de vapor exprimido de la tierra en la siesta amoníaca y polvorienta-. Sólo buscar dónde aplacar las escaldaduras que dejan las lenguas del sol en las espaldas; limpiarse de su encendida y violenta saliva, tan parecida al sudor adolescente.

-Pehechápa omoite pindo-máta ikarẽ léntova?[1] –pregunta César.

-Mba’e oreko?[2]

-Upépe ndaje oñeñotỹ raka’e Luisõ re’õngue.[3]

-Legal pio? El finado Ceferino ngo Luisõ raka’e ndaje…[4] -agrega Nelson.

-Hẽe. Ha amoite depósito ykére, pe arrivádape, oñemopu’ã Antonio níchorã. Otro dia porogueraháta.[5]

-Mbóre![6]

-Mbóre!

-Mba![7]

Sólo yo calzo zapatos, pero el polvo parece filtrarse por los poros del cuero y me pica más que a cualquiera. Aun antes de entrar a la espesura, mi piel es blanco de las alimañas: Virginidad epidérmica que el beso del sol deja al rojo vivo.

Desde la arribada se ve el arroyo, a la distancia; más allá del humedal, más allá de los pastizales, después del monte.

Cruzar la aguada, que es puro lodo. Lodo negro y añejo de pastos, de cadáveres vegetales y animales desintegrados. Yo, que había salido escondido de casa para sumarme a la aventura, me quito los zapatos y los llevo en las manos; meterse hasta la cintura en esa negra y pegajosa profundidad, cuna de materias burbujeantes. Agarrarse de los pastos amarillos que emergen del inmenso lodazal; los mosquitos y ñetĩ[8] se encariñan a los cabellos que ya huelen a tostado, y los pies encuentran alivio en la travesía de esos hoyos.

Tambalear a lo largo del tronco vacilante que flota hasta pisar tierra firme y saciar la sed en el chorro de agua que corre por entre las raíces de un guajayvi;[9] reanudar la marcha. Los pastos son más altos que nosotros; uso los zapatos como guantes para protegerme de su filo; los alejo de mi rostro, los aparto de mí, pero acaban dándome como latigazos en la espalda desnuda, roja, quemada… Los ka’i[10] nos arrojan sus orines y excrementos desde la maraña de hojas y sacudidas ramas; abajo, los mita’i[11] que nos reímos enfurecidos; tirarles piedras.

César: Desnudo, y Gabriel. Todos desnudos. Desnudos los cuatro; lanzarse al agua. Después de una larga zambullida, sentarse a la orilla del arroyo bajo la sombra de ese arbusto que forma una especie de cueva. La siesta es larga: El yryvu[12] planea mansamente.

infame peluquero, el paraíso es frágil.

muñido de tu gran tijera,

para mutilar las grandes melenas.

escupitajo violento,

verde escupitajo.

macabra depilación

que deja al encubierto…,

rojamente ensangrentada.

-Pehendu piko aipóva?[13]

-Sí escuchamos…

-¡Una vaca!

-¡Parece más un Póra![14]

-Jaha jahecha![15]

Correr con los pulmones henchidos de alguna impresión apocalíptica; vadear las fosas y correr azuzados por el siseo de las cigarras, absortos por ese mugido despavorido que parece provenir de profundidades de ultratumba.

Apenas llegamos a este claro, el animal se echa al suelo levantando polvo. César está con los ojos huecos; todos nuestros ojos grandemente huecos. El sol parece levemente adormilado, y el viento silba en los aguara-ruguái.[16] La vaca resuella pataleando sobre la tierra colorada; sin ojos, sin lengua, extenuada; escupiendo una sangre oscura y pestilente que ahoga sus últimos bufidos; las garrapatas se sueltan de su cuero espantadísimas, y huyen como pueden. César -quién más si no- toma un garrote y espeta al animal en el vientre. Mirar alrededor buscando qué; pero, ¿por dónde si no hay cómo?

-¡Chupacabra![17]

-¡Un Póra!

-¡El Malavisión[18] está enojado!

-Jaha ko’ái, nde![19]

Salir corriendo. Callados, absortos. Entrar a la espesura para buscar el color anaranjado de las mandarinas silvestres; apaciguar la siesta prolongada embadurnándola con esa modorra cítrica. César es quien percibe que hay rumores extraños en el aire.

-Mi papá dice que ese que le quita su lengua a la vaca es mbopi[20] nomás –digo, temblando más que cualquiera.

-Mba’e mbopi katu piko! Péango pehecháta hína… Oanunsia hína algún desgrásia.[21]

El río no está muy distante, tampoco las últimas casas de la villa.

-Pehendúpa? Oĩ ñande-seguíva ápe…[22]

Alguien que camina sin hacer ruido, va borrando con sus tacones el rastro de eses que dejan a su paso las pesadas colas de los teju guasu.[23] Como absorbido por una succión descomunal, por un huracán sin viento, ha desaparecido el bosque de chachĩ;[24] se entierran los túneles de los tatú y algún tucán ve ahogado su graznido porque se quiebra con violencia la colorida flauta ceremonial.

Nelson se queda parado contemplando la desolación, detrás de él Gabriel, detrás de éste yo; y César se sube a una rama para verlo todo mejor. La novedad despierta cierta curiosidad, cierta confundida alegría, sin embargo, la sensación de que dentro de nosotros una casa de paredes quebradizas, de techo pesado se desmorona es inexorable. Ahora, todo está hecho una alfombra, una sábana de desnuda tierra roja con brotes de soja formando un patrón que se estira hasta donde alcanza la vista; brotes que crecen vertiginosamente, se secan y dejan relucir al sol sus pajizas vainas.

-Mba’éiko ñandéve… Ajéa?[25]

-Legal…[26]

-Jaha ko’ái, nde.[27]

De regreso al arroyo para una última zambullida antes de volver a casa. Estoy sumergido, contemplando las inmóviles piernas de mis compañeros. César hace burbujitas en el agua, imitando un motor o algo por el estilo. Sus voces me llegan ralentizadas bajo el agua, como una música que desconozco pero que me deleita. Yo no sé silbar, pero ellos saben hacerlo con maestría; a veces alguien empieza la melodía, con silbo de taguato[28] y los remedos se suceden en una fuga preciosa que yo remato con algún piropo al taguato que hasta ahora no es bien recibido. Ora pitogue,[29] ora ynambu-tataupa,[30] pero nunca pollito. Jamás.

Una avioneta sobrevuela los cultivos rociándolos. Ese verde homogéneo… Y, de pronto, un disparo. Hay que correr: Hay que alejarse de la sombra de ese hombre rubio que nos mira con desdén desde la otra orilla, hay que alejarse de su arcabuz, de su lengua ignota, de sus botas de altos tacones; hay que esquivar esa mirada azul, ese miedo que parece tenernos confundido con odio; que le tenemos pues.

Desnudos como estamos sabemos que las verdes cuchillas podrían rebanarnos: Pero de los pastos, nada: Un centenar de metros de patrones rectilíneos arados en la tierra.

Me calzo los zapatos, y, mientras trato de atarme los cordones, un disparo me hace correr tan rápido que gano a mis compañeros en la carrera hasta el humedal.

Cruzamos corriendo y, en lo que parece tierra firme, hundo el pie y afuera no queda más que mi crispada mano; César trata de arrancarme, como puede arrancarse una raíz de mandioca, pero el pícaro monstruo me chupa el zapato, quiere tragárselo: Y el pantano se traga mi zapato. Salgo corriendo con un pie desnudo hacia la arribada.

Sentarse al borde de la calle polvorienta. Pensar a carcajadas, reírse atropelladamente, con rabia; ¿con tristeza? Tengo miedo de regresar a casa.

(Siente que algo le acalambra el estómago. A la pucha,[31] y no sabe qué. Se retuerce y la boca se le llena de espuma. La fiebre le arranca sangre de los ojos; mientras, sus peludos congéneres corren disparados lanzando gritos de horror. El ka’i yace muerto. Un negro nubarrón vuela sobre él. Lluvia. Una lluvia de golondrinas muertas se derrama sobre él: Su tierra de cementerio).



[1] ¿Han visto aquella palmera un tanto torcida?

[2] ¿Qué tiene?

[3] Supuestamente allí enterraron el cadáver del Luisón. (Luisõ o Luisón: Séptimo hijo de Tau y Kerana. Es una bestia canina, equivalente al hombre-lobo de la cultura occidental. Por las noches se revuelca sobre los cadáveres en los cementerios. Según la tradición, el séptimo de siete hijos varones se convierte en Luisón; en noches de luna llena adquiere la forma de un perro enorme que se alimenta de esqueletos. Algunas variantes refieren que éste camina en cuatro, sobre los codos, y que si pasa entre las piernas de un hombre le transfiere la maldición. Se cree que el toque helado del Luisón en las noches augura la cercanía de la muerte. Al igual que otros mitos urbanos, el Luisón teme los objetos benditos, en especial la palma del Domingo de Ramos; sólo se le puede dar muerte con balas de plata benditas. Aunque no muy difundida, existe la versión de que el origen del nombre se debe a un ciudadano portugués de nombre Luis (Luisão), poseedor de muchos perros grandes en el Guairá.)

[4] ¿Enserio? Dicen que el finado Ceferino era Luisón.

[5] Sí. Y junto a aquel depósito, en aquella arribada, se levantó un nicho para Antonio. Otro día les llevo.

[6] Mbóre!: Eufemismo para “nderembóre” (por tu pija). Interjección expresiva que expresa repulsión.

[7] Mba!: Interjección expresiva. Se emplea para manifestar rechazo o sorpresa.

[8] Ñetĩ: Jején.

[9] Guajayvi: Patagonula americana L. Árbol de la familia Boraginaceae, de unos quince a treinta metros de altura, con tronco acanalado y hojas pequeñas. Árbol no caducifolio, abunda en la cuenca del río Paraná; frecuente en los bosques de las cercanías de arroyos.

[10] Ka’i: Mono.

[11] Mita’i: Niño.

[12] Yryvu: Cuervo.

[13] ¿Escucharon eso?

[14] Póra: Fantasma

[15] Vayamos a ver.

[16] Aguara-ruguái: Setaria Tenax. Especie de gramínea de inflorescencia panícula pequeña con forma de cola de zorro o cepillo para limpiar botellas.

[17] Chupacabra o chupacabras: Animal críptido de existencia improbable que se alimenta de sangre de animales y en ocasiones de sangre humana. En el campo se han registrado casos de vacas que pierden lenguas y ojos; las disecciones son atribuidas al chupacabras. En ocasiones se lo presenta como un animal de aspecto canino, y en otras con una cara más ovalada, como sería la de un extraterrestre. El mito tiene vigencia en casi todo el continente.

[18] Malavisión: Ser fantástico, delgado, de unos quince metros de alto y cabellera desgreñada que lanza alaridos agudos y ensordecedores. Puede adquirir cualquier forma y provocar alucinaciones.

[19] ¡Vayámonos de aquí! (“nde” (vos) puede equivaler en guaraní y en castellano paraguayo al “che” argentino).

[20] Mbopi: Murciélago.

[21] ¡Qué murciélago ni qué nada! Eso… ya lo verán. Anuncia alguna desgracia.

[22] ¿Lo oyen? Alguien nos sigue aquí…

[23] Teju guasu: Tupinambis teguixin. Literalmente, “lagarto grande”. Especie de lagarto muy común en casi todo el territorio paraguayo.

[24] Chachĩ: Cyathea atrovirens o Cyathea delgadii. Nombre común de varias especies de helechos arbóreos de Sudamérica. Debido a su extracción indiscriminada se encuentra en peligro de extinción en el Paraguay.

[25] Y a nosotros qué. ¿Verdad?

[26] Legal: Cierto.

[27] Vayámonos de aquí.

[28] Taguato: Águila.

[29] Pitogue: Pitangus sulphuratus. Ave passeiforme de la familia de los tiránidos, conocido en Paraguay como Pitogüé. La cabeza es negra con dos franjas blancas a modo de cejas y garganta blanca, lo cual le da el aspecto de tener antifaz y boina negros. El pecho y el abdomen son de color amarillo vivo y tiene una corona oculta del mismo color. Popularmente, se cree que el canto gritón del Pitogüé auspicia un nacimiento próximo.

[30] Ynambu-tataupa: Cryturellus tataupa tataupa. Perdiz de monte pequeña de color ceniciento blanquecino con pequeñas manchas de tono rojizo brillante.

[31] A la pucha: Caramba.

Capítulo 3

El sol y los danzantes. María Gonçalves, agitá la criba para que el aroma del café se eleve como humo de sahumerio, para que se meta por tu chata nariz y te dé nuevos bríos para seguir zarandeándolo. Aquél entona la canción y éstas la corean con su la laiá laiá laiá. Los demonios reposan, María, acaso narcotizados por el sol, por la canción.

Ya viene la camioneta; todos a la carrocería. Vos a tu rancho, Valdir al boliche. Qué cerca que está la noche, María, ¿la ves?

María Gonçalves, arropá a tus dos semidesnudos críos de pies sucios. Duermen ya en el fino colchón de espuma, única cama sobre el piso de tierra, en tu casa de tablas de una sola habitación en la campiña mineira.[1] La noche es el mismo tórrido abrazo para todos esta noche. Encendé un cigarrillo en las ascuas humeantes del brasero de llanta vieja; cómo se consumen las pocas ramas verdes que le quedaban al desmirriado laurel; crepitan junto con diarios viejos de mercado y bolsitas de hule, chis-chis; inundan el ambiente con un calor acedo que irrita ojos y gargantas. Quitate la tricotita gaúcha[2] que llevás puesta, es demasiado abrigo para esta noche inusualmente calurosa de invierno; ahí tenés la remera vieja, secate el sudor que mana de tus poros, que se te va a helar la espina cuando el frío se anime a echar algún respiro. Qué agradable que está el fuego, ¿verdad? ¿Te ofusca la confusión térmica? Acercate pues. Sentate a esperar a que vuelva tu hombre del boliche, para que después de que te haga el amor te puedas recostar aquietada a esperar el sueño.

(“Olha, tia, cachorrinho”).[3]

Seguro que no tarda en llegar, sucio de tierra y cayéndose de borracho; con su chaqueta de pana negra. Qué virtud para abrazar olores tiene el rapai[4] –acaso sos vos la del don de inventarlos-: Olores de hombre, de chacra, de humo, de cachaza, de otras mujeres; conocés cada uno de esos olores, ¿verdad? Se te meten por la nariz hasta dónde, y debemos suponer que te duelen.

(“Maria!”. La niña no escucha. “Sai daí, menina!”.[5])

Apagá el cigarrillo, María. Levantate y cedele el cajón de tomates para que se siente. Trae una botellita de cachaza en la mano, y un trozo de carne envuelto en papel de diario en la otra. Encendele el cigarrilo.

¿Temblás? Está parado ahí, junto a vos, fumando parsimoniosamente. Qué tosco que es, de gestos de expresiones; pero te gusta su piel morena, su corpulencia, ese halo de virilidad que lo envuelve, que lo torna desgarradoramente atractivo para vos, porque le temés, porque te deleitás en ese temor. Le tenés miedo, por eso todavía le sonreís y le coqueteas sin hacerlo, como lo hacías cuando aun eras llena de gracia.

(“Nâo morde eu, cachorrinho. Cachorrinho bonito” .[6])

Cuando tu mamá encargó tu cuidado a tus hacendados tíos, la familia de Valdir llevaba tres generaciones trabajando en el cafetal. Vos no sabés, pero apenas él te vio decidió que le pertenecías. Qué placer mirar las piernas morenas llenas de carne debajo de tu alborotada pollera de adolescente. Había sido que desde entonces ya te trataba con desdén, y su cortejo se limitaba a alguna obscenidad al oído; sólo de paso.

Aquella tarde, todos, menos vos, se fueron a la feria. ¿Te arrastró o no sin hacerlo hasta detrás de las porquerizas?

Y desde entonces, después del correspondiente desarraigo, permanecés en el encierro de esta sombría choza, en la que había vivido la gente de Valdir a lo largo de tantas existencias. María la sumisa. María la obediente.

Vou buscar agua para tomar banho[7] –balbuceó apenas Valdir, y le tiró el paquete. –Prepara esta carne para mim, mulher.[8]

Não vai dar pra assar nada com esse fogo.[9]

(“Nâo toca nele, menina!”,[10] la niña alargó la mano. “Ele é louco! O cachorro louco vai te morder!”.[11])

Te mira en silencio. Se le adivina la ira en los ojos oblicuos. Ya se escuchan los ladridos. ¿Qué va a hacer? Sí, en silencio. Tira el cigarrillo al suelo, después de darle un último chupo, y apaga la colilla con la suela del botín. Con un gesto rudo te aparta de su camino y de un viejo ropero, haciendo un estrépito ofensivo, saca una botellita de alcohol y la coloca sobre el tablón; la destapa, y enciende una hoja de diario.

Vai assar aqui[12] -le dijo.

Te quitó el paquete, lo desenvolvió, ¿verdad?, y con un cuchillo clavó la carne. Lo veo arrastrándote, María, hasta el tablón, poniéndote el cuchillo en la mano, oh devota. No sé qué sentir. Poné la carne sobre la botella, con cuidado. Cuidado con el fuego. Encendé la llama azul del etil para que la sangre que se deje gotear de la carne chispee.

Cómo brillan las salpicaduras, apenas Valdir sale hacia el arroyo balde en mano. ¿Imitan tus niños a cerdos despavoridos? Cómo te inflamás, mujer. Y Valdir es una sombra inmóvil sobre el agua.

¡demonio verde-azul!

asalto en la dermis

lágrima:

una piedra atascada en la garganta

un grito pétreo

un gemido telúrico

los ríos evaporándose

los ríos condensándose

los ríos de cristal

¡demonio negro!

dientes de espectral perro-loco

que reconstruyen la lesión

terror:

un peñasco tallado de presencias

la amarga lluvia que lo limpia de todo

que lo renueva tristemente

un peñasco tristemente nuevo

¡demonios asaltando la fortificación!

¡sombras despertando en sus húmedas camas!

terror.

Cuando Valdir vuelve del arroyo con el agua para su baño y te encuentra, María, contorsionándote en el suelo, con medio cuerpo aún en llamas, con esa expresión de mal sueño, de bostezo de no acabar, ordena a los niños que se vayan a acostar; te apaga el fuego de flamas verde-azules con el agua helada del arroyo. Incorporate, vestite pues.

―Vísta-se, mulher, vou te levar no médico.[13]

Tu ropa al cuerpo, fundida a tu piel. ¿Y la piel de Valdir? ¿Tiembla acaso? ¿Y su cara?: Media expresión de compasión sin huella de culpa. Ahí tenés la remera vieja con la que te secaste el sudor…

Azuzalos, María. Llorálos. Despertá a los fantasmas que te han perseguido desde que tenés cinco años, cuando un perro loco te mordió en la cabeza y que las gracias de Pumbagira[14] sosegaron. He de sospechar que te arde el alcohol por debajo de la piel y me perturba verte temblar como energúmena.

―Mas eu não vou levar a minha mulher pro médico sem calcinha[15] ―dijo Valdir, después de inspeccionarla.

¿Escuchás acaso lo que te dice? Si apenas te movés, si la remera se adhirió a tus heridas y convulsionás cada vez que se despega… Más fuerte te va a hablar el rebencazo, y te va a limpiar la sangre y la piel de media pierna esta bombacha que como un filoso alambre te va a cortar las caderas.

Polvorientos terraplenes. La suma del polvo y la oscuridad te hace una máscara con dos húmedos surcos en la cara.

―Mas, o que é que fizeram com a senhora, meu Deus[16] –dijo el doctor. ―Não é tão grave[17] ―agregó tratando de tranquilizar a su paciente, pero él sabía que las marcas del fuego eran indelebles.

Valdir está gastando los cruzeiros para tus medicinas en la cachaza caliente de un boliche del pueblo. Cuando haya gastado todo el dinero, se subirá a la camioneta y levantará polvo camino a tu casa. Cuando llegue, regará con sus orines el desmirriado laurel. Y el foco de la casa, que siempre está encendido, le mostrará solo en la habitación: Los niños habrán desaparecido.

Dormís, ¿verdad?, en la placidez de este blanco cuartito. Aun acostada te sentís levantada. Ahora estás caminando por los pasillos, cuyas lumbres y olores te confunden a tal punto que te arrancás gritos. No sabés dónde estás. Salís a la calle y el aire matinal del pueblo te turba. Han desaparecido los dolores de las quemaduras, reemplazados por el recuerdo del dolor de la mordida del perro loco, que te dejara loca, incendiando tu conciencia con ígneos demonios.

―Com oito anos, um cachorro mordeu na minha cabeça. Daí para cá, eu perdi a parte da minha memória. Aí, se eu estivesse, em comparação, esse lado aí, parece que yo tava acá. E então yo perdia. Si eu estivesse num lugar yo perdia. Daí foi. Depois foi passando, yo ia, mi hermana me retaba por isso. Foi. Depois yo me casei, daí mi marido também riu muito de mim, porque no sabia que eu tinha esse probrema. Yo cheguei em Nova Prata, aí não sabia onde estava; aí yo disse “Onde nos estamos?”, e ele riu, disse “Ay!”, pensou que yo era uma pessoa que não sabia nada. Aí eu chorei muito, chorei muito aí àquela hora porque me deu vergonha. Aí cheguei em casa e meu pai disse pra ele “Vo no sabía do probrema dela?“, ele falou “Não, ela nunca me contou”. “Ela perde a memória e não sabe aonde está”.[18]

María la arrastrada por sus demonios en su ofuscación. María la levantada por vapores escupidos por el suelo. María, envuelta en una tormenta que la empuja, que la encierra en su abrazo, que la sacude, como en una destartalada carrocería. Ahí están sus críos. Allá está el Oeste. Lejos, lejos. Mombyry.[19]

Maria estava aqui...

Maria que está lá.

Maria não se encontra,

Não sabe onde está.

Lalaia laia laia...[20]



[1] Mineiro: Propio de Minas Gerais.

[2] Gaúcho: Propio del Estado de Rio Grande do Sul.

[3] Mirá, tía. Un perrito.

[4] Rapai: Del portugués “rapaz” (muchacho, joven). Nombre con el que se refieren los paraguayos de la frontera a los brasileños o brasiguayos.

[5] ¡Salí de ahí, niña!

[6] No me muerdas, perrito. Perrito lindo.

[7] Voy a buscar agua para bañarme.

[8] Preparame esta carne, mujer.

[9] No se podrá asar nada con ese fuego.

[10] ¡No lo toques, niña!

[11] ¡Está loco! ¡El perro loco te va a morder!

[12] Lo vas a asar aquí.

[13] Vestite, mujer, te voy a llevar al médico.

[14] Pumbagira: Diosa de origen africano. Es la clasificación de una entidad, y una entidad en sí misma, comúnmente invocada por los practicantes de Umbanda en el Brasil. Es conocida como la consorte de Exu, el mensajero de los Orixas en el Candomblé. Personifica la belleza femenina, la sexualidad y el deseo; es vista como una hermosa mujer insaciable. Invocada por aquellos que buscan favores en el amor, tanto mujeres como homosexuales y heterosexuales pueden incorporar a Pomba-Gira.

[15] Pero yo no voy a llevar a mi mujer al doctor sin bombacha.

[16] ¡Pero qué le hicieron a usted, Dios mío!

[17] No es tan grave.

[18] A los ocho años, un perro me mordió en la cabeza. Desde entonces, pierdo parte de mi memoria. Si, por ejemplo, yo estuviese allí parecería que estoy acá. Entonces yo me perdía. Si estuviese en algún lugar yo me perdía. Entonces fue. Y pasaron los tiempos y mi hermana me retaba por eso. Entonces fue. Después me casé y mi marido también se rió mucho de mí, porque no sabía que yo tenía ese problema. Llegamos a Nova Prata y yo no sabía dónde estaba; entonces dije “¿Dónde estamos?”, y él se rió, dijo “¡Ay!”, pensó que yo fuese una persona que no sabía nada. Entonces lloré. Lloré mucho en aquel momento porque sentí vergüenza. Cuando llegué a casa, mi padre le dijo “¿No sabías de su problema?”, él respondió “No, ella nunca me lo contó”. “Ella pierde la memoria y no sabe dónde está”.

[19] Mombyry: Lejos.

[20] María estaba aquí…

María que está allá.

María no se encuentra, no sabe dónde está.