Capítulo 18

(Y la carga de vómito que quiso explotar en la boca tuvo que ser masticada y vuelta a tragar; así nomás.)

El viento lo desparrama todo afuera. El naranjo sacude sus ramas y deja llover sus blancas florcitas sobre los pastos amarillentos. No es posible templanza alguna con ese vaho pegajoso. Todo lo que hace este viento es traer más calor, y ni esperanza de lluvia.

Tus dos manos sudadas y la guitarra se ven espejadas en el monótono baile de las hojas del mandiocal[1] y el incesante traqueteo de una destartalada camioneta que levanta remolinos. Amarilla, la bolsita de hule baila en el aire, tan alto, tan inasible.

Concebiste la idea de la canción con cierto afán de compromiso, y ahí estás, buscando la nota mística en tu entorno para inspirarte; pero es distinta esta tarde calurosa a la noche en el bar o a ver las burbujitas pegándose a los pelos de las piernas de César bajo el agua.

Aguzás la audición y escuchás el goteo de la canilla en el lavadero. A veces creés que sabés lo que tenés que decir, pero no sabés cómo; y a veces otra cosa. Pensás en César, en el soberano del monte y soberano de otros reinos.

En el tambo, Nelson y Gabriel. Jugar al tuka’ẽ kañy[2] y que haya una casa donde nadie te pueda hacer daño. O poder pedir pido, un respiro.

Ellos también te quieren, Miguel. Pero no seas tan exigente. ¿De qué servirá? Eso no importa ahora. Cuando salís de tu casa, cruzás la calle, doblás y desdoblás, saltás y alcanzás un pajarito muerto, te emborrachás. Había sido[3] que estas calles son sin salida, Miguel.

Apurá pues esa canción, porque hace falta ya. Esta canción también te hace falta a vos, Miguel. Entendé que es necesario que te desencadenes para poder desencadenar.

Abrís la puerta del depósito donde siempre te encerrás a cantar, para que no escuchen tu tardía voz de gallito. Las botellas de cerveza que hacen su música de tintínes y monótonas flautas de pan; no pasás esto por alto. Esta canción patalea todo mal[4] dentro de vos.

¿Si te escucharán? César dice que no sabés cantar, pero siempre te pide que lleves la guitarra. Y, aunque no te lo pida, la llevás. Siempre canta César también, pero nunca escucha las letras, nunca piensa en las letras. Dice que la música es calidad[5] pero nunca escucha.

Hay algo de profecía en el proyecto de tu canción; una profecía harto conocida, y adrede ignorada. No querés que tu canción suene a sangre derramada en los sojales, pero no encontrás otro camino.

El viento propone tregua. Te vas a buscar dos frutitas del limonero y te taponás los oídos para escucharte mejor. No hay nubes, pero el cielo está cubierto de ese polvo rojizo.

Te vas a cantar: Se te antoja que si terminás tu canción cuanto antes, pronto va a llover.



[1] Mandiocal: Cultivo de mandioca. Plantas de mandioca que crecen en un mismo lugar.

[2] Tuka’ẽ-kañy: Juego de las escondidas.

[3] Había sido: Conque, así que.

[4] Todo mal: Del guaraní vaipaite. Terriblemente, grandemente, prodigiosamente, impetuosamente.

[5] Calidad: Genial, estupendo, bueno.

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