Capítulo 14

El Malavisión grita tan fuerte que sus ecos reverberan en los oídos de quienes lo oyen a la distancia trastornando su mente hasta la locura o hasta la muerte.

En la noche todo suele ser silencio: En silencio las camas en las que rebullen los cuerpos de los enamorados; en las que los niños gimen por alguna pesadilla oscura; en las que los abuelos se despeinan los cabellos en una vigilia persistente. Todo es silencio para dejar que el Malavisión siga con su “hiiipuuu…”. Todo es silencio para que su aquelarre de espectros carmín coree vivas a la muerte, loas a lo infame, las glorias al Satán.

Pero esta noche es distinta. En silencio –el silencio de la noche-, los callados despiertan y abren la boca para cantar. Los cerdos sollozan aterrados, las vacas patalean agonizantes en los piquetes; y novias vestidas de blanco muestran sus caras lívidas bajo la cristalina transparencia de un arroyo campesino.

Otra historia. Otros se mueren de ira o de terror, o de miedo, al escuchar el canto sublime de quienes antes andaban mudos, de quienes antes dormían en silencio.

Un hombre simula bailar con pollera de danza mientras equilibra sobre su cabeza un supuesto kambuchi[1] roto.



[1] Kambuchi: Cántaro.

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