Capítulo 17

Todo tejado ennegrecido por la humedad con su cuota de melancolía; un gato arrellanado en el sillón de mimbre del zaguán siempre puede saber a otra evocación afectada. Lo mal que se lo pasa uno cuando llueve: hay como una sonrisa de pícara confabulación en los gestos de la gente: un moverse apesadumbrado o ligero que sabe a dominguillo de cine.

Tales o cuales… ¿por qué serán? Se intuirá que por literatura, que esas hipocondrías son la herencia de las representaciones, de las exageraciones, de las idealizaciones, de las sátiras… No sin música, por supuesto. No sin el acompañamiento eficaz del sonido, como ahora que “so this is goodbye”.

El influjo de alguna sucesión de silencios sobre la incólume masa pastosa y pesada. Hoy llueve.

Pero ayer…

Ayer las tablas que estaban calientes después de haber absorbido el calor del sol a lo largo del día; ásperas, duras, fibrosas, peligrosas, marrones, negras, rojas, sucias, planas, anchas, torcidas, estrechas, cálidas, áridas, abiertas, para abrazarlas, dóciles, para pegar la cara contra ellas, y darles golpecitos que retumben en el oído, suaves, para besarlas y sentir el sabor y el olor de la madera y de la lluvia, y del polvo y del viento y de los orines; para aspirarlos todos…

Todo es la misma canción.

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