Capítulo 21

Não tem pobrema.[1] Silvio se bajó de la descomunal camioneta, tudo bem.[2] Peinó con sus dedos pringosos sus rubias greñas y estornudó. Cada vez que golpeaba un pie contra el suelo se desempolvaba y volvía a empolvarse un poco. Entraron al bar, él y seu[3] Washington Cavalcante; y Silvio miró a su patrón con desdén cuando éste volvió a la camioneta para buscar el revólver. Y la polvareda que había levantado la camioneta permanecía estática en el aire; un nubarrón estático con cierto halo de muralla, un contenedor que Silvio quería trasponer, porque Silvio quería huir, lanzarse a la carrera con sus piernas largas de ñandú por los sembradíos hasta alcanzar algún lugar donde no fuera visible; o sea, desde donde no pudiera ver a nadie, esa noche.

Se detuvo un rato en la puerta atraído por el repiqueteo de los lembu[4] contra el foco del zaguán; esos coleópteros enamorados de la luz: Tanto tratar de salvar el límite del vidrio para llegar a esa luz que los mataría al toque.

Las mesas estaban salpicadas de cerveza. Y si al principio estaban regocijados y parlanchines, los xiru[5] se volvieron balbucientes cuando vieron la cara de seu Washington Cavalcante; la cara de Silvio, cara tiesa de pudor, sonrosada y pueril.

La cara de Silvio, tras tres generaciones por aquellos parajes, era la misma cara de sus abuelos colonos. Cuando hablaba –y esto él lo ignoraba-, sus labios rosados se desdoblaban y el hombre rubio del arcabuz se incorporaba para decirles cosas a los xiru de la otra mesa, que tenían la cabeza metida entre los hombros, murmurando alguna cosa. Otra cosa, Silvio los miró y miró a su patrón, se miró y no quiso verse.

No eran festivas las exclamaciones de seu Washington; eran imprecaciones revestidas de celebración. Miguel quiso enfundar la guitarra, pero el colono le detuvo; con un golpe seco sobre la mesa, que salpicó cerveza por todos lados (César estaba azul), pidió tres cervezas para ellos a cambio de algunas tonadillas. Los muchachos asintieron, y Miguel le arrancó rasgueos de polka a su instrumento. Los respingos del inmigrante no se hicieron esperar y apantalló las manos como lembu para reprocharle el desatino al músico.

-Toca uma do Sérgio Reis.[6]

-Do Sérgio Reis eu não conheço nenhuma. Mas posso tocar uma do Nando Reis.[7]

-Não! Nando Reis? Toca uma do Xitãozinho e Chororó.[8]

Gabriel le pisó un pie a Miguel con tal fuerza que éste se levantó de la mesa con violencia derramando un vaso de cerveza. Y encima le hablás en portugués, pensó Gabriel. Los puños de César estaban fuertemente apretados. Miguel volvió a sentarse y cantó. Miguel cantó y todos quedaron en silencio. Silvio lo miró con admiración y temió las lágrimas, y César lanzó un excesivo “¡pipuuu!”.

“Y encima le hablás en portugués”. Silvio lo pensó y pensó a su maestra de escuela que, agobiada por la cantidad de alumnos luso-parlantes con pedidos de aclaración, tuvo que enseñar en portugués en la colonia, en detrimento de sus alumnos paraguayos que mal sabían castellano.

Botas de tacones altos y hebilla resplandeciente. Las palabras de seu Washington chocaban inútilmente contra este otro cristal; sucesivos chiflidos se le escapaban espasmódicamente a Silvio, contenía la carcajada y seu Washington le miraba inquisidor y miraba a los xiru de merda[9] que chisteaban animosos.

Oleajes excepcionales anegaban el barcito cuando Silvio se apretó el estómago para contener los hipos de risa. Pero la reiteración del patrón los hizo retroceder con violencia: “Fique de olho nesses sem-terra, Silvio. Qualquer novidade você me conta”.[10]

Tudo bem, camisa desabotonada hasta el omligo diminuto y rubio, não tem pobrema. Algo le crispó las manos curtidas y la quijada cuando el viejo, rascándose la papada le dijo algo al oído acerca de los cuatro muchachos. Agujas ponzoñosas clavadas en sus ojos lacrimosos; una sombra que desdeñaba y que quería borrar de sí.

Quería borrarse Silvio, hacia los bananales, como un pombero, para no tener que oír aquellas sandeces. Cuando Silvio, sin hacerlo, cruzaba el umbral de la puerta y salía a caminar por el empedrado hasta meterse en los yuyales, oyó a los muchachos hablar de los sojales de seu Washington; y contempló una lluvia de plumas que las hormigas no tendrían ocasión de limpiar.

-Po, Silvio, acorda![11]

Miguel volvió a cantar la misma canción, sumamente entusiasmado.

Anive angána, che compañero…

Ore korasô reikytî asy...[12]



[1] No hay problema.

[2] Todo bien.

[3] Seu: Don.

[4] Lembu: Escarabajo, coleóptero.

[5] Xiru: En portugués, expresión de origen guaraní que significa “mi amigo” (en guaraní paraguayo “che irû”). Comúnmente empleada entre los gaúchos como forma de tratamiento, los brasiguayos o colonos brasileños en Paraguay la utilizan para referirse a los paraguayos. Nótese que según el diccionario Aurelio, la expresión también significa “caboclo” (moreno) e “índio” (indio).

[6] Tocá una de Sérgio Reis.

[7] No conozco ninguna de Sérgio Reis. Pero puedo tocar una de Nando Reis.

[8] ¡No! ¿Nando Reis? Tocá una de Xitãozinho e Chororó.

[9] Paraguayos de mierda.

[10] Atento con esos sin-tierra, Silvio. Cualquier novedad me contás.

[11] ¡Ey, Silvio, despertate!

[12]Ya no más, por favor, compañero mío… ya no cortes tristemente nuestros corazones”, de Ka’aty, guarania de Rigoberto Fontao Meza.

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