Capítulo 30

El frescor ni se arrimaba. El sol estaba más lejos, pero seguía ahí: Abrasándolo todo, azotando lomos, y mojando axilas. Se sabía que era cuándo por las hojas secas que se sumaban al polvo en los cientos de remolinos que se levantaban y desaparecían en un parpadeo. Pero el frescor ni se arrimaba. Quizás de noche. Acaso de noche vendría una lluvia que limpiaría caras y calmaría las sedes de esa tierra que gemía.

Algo más que polvo y hojas secas recorría las calles de tarde. Pies. Decenas de pies de niños y jóvenes con un apuro misterioso. Después, las manos adornando las calles con piri-piri[1] de papel colorido, atándolos a los postes de luz. Cientos de farolitos hechos con velas y cáscaras de naranja-hái[2] colocados ordenadamente frente a la casa de ña Martina esperaban la llegada de la noche para iluminar las calles. Mientras, varias familias se apostaban a ambos lados de la calle con sus mesas de juegos: dados, naipes, argollas, pirámides de latas y pelotas, el kureñembohuguái,[3] paila-jeheréi.[4] A un costado de la empedrada calle había sido cavado un angosto pozo donde colocaron el elevado yvyrasỹi,[5] largo como falo de Kurupi,[6] agitando sus premios en la punta. Varios almaceneros habían donado sus bolsas vacías de azúcar y yerba para el karréra-vosa.[7] La cárcel del amor, el kambuchi-jejoka,[8] los kamba ra’ãnga,[9] y todas las chicas estaban locas por ver al pombero-jepe’e,[10] que según decían, se casaría con quién sabe quién en el casamiento-koygua.[11]

Llegada la noche, un atisbo de viento norte alegró a la gente. Los niños encendieron los farolitos que estaban clavados en ambas aceras a lo largo de la ancha calle. Las luces conducían de la casa de ña Martina al templo; de allí salió el santo para recibir la bendición en la misa de las siete. Terminada la misa, los más distinguidos señores transportaron la imagen del santo por cortos turnos. La romería transitó las pocas cuadras como un globo a punto de estallar –o mejor: Como una bomba-; los rostros lustrosos como los zapatos; los señores que pasaban la mayor parte del año con el torso desnudo ofrendado a los castigos del sol, y con las uñas de los pies llenas de tierra, vistieron de fiesta sus pies y sus lomos. Las señoras vestían de misa y sus agudos falsetes nasales estremecían todo a su paso cuando entonaban las ininteligibles salmodias.

Colocaron la imagen del santo sobre un altar adornado con flores y aguara-ruguái, y un estruendo de petardos agitó a la concurrencia.

La hoguera ardía inusitadamente, tiñendo de color naranja todo el ambiente polvoriento. Viejas señoras arrastraban sus sillas de un lado al otro de la calle; se escapaban de ese viento que parecía querer enfriarles las piernas, y que se rendía ante el abraso de la hoguera; pero pronto, viejos y jóvenes se alejaban lo más posible del fuego, se escapaban de ese calor que los hacía sudar a chorros. A María le dio un sobresalto. No le gustaban esos chistes del clima. Pero no pretendía quedarse en su casa esa noche. Arropó a sus niños –que después se destaparían abrasados por el calor-, y se fue sola a la fiesta de san Juan.

Una banda de músicos arrancó palmas de la concurrencia, y hasta ña Martina se puso a bailar al compás de la polka.

Apenas María llegó, los cuatro muchachos fueron a saludarla y le invitaron con su güis-cola. Después se fueron a dar una vuelta y probar alguna suerte en los varios juegos de azar, buscando un premio que les permitiera emborracharse hasta el amanecer.

―Depois agente vai na sua casa, Maria. Pode ser?[12]

―Claro. Pode ir a hora que vocês quiser.[13]

El borracho Lopí le prendió fuego a las pelotas-tata[14] y a María le temblaron las manos. Se cruzó los brazos y se tapó la boca, pero el joven perfumado que le ofrecía un quentão[15] la calmó. “Não é pra ter medo. É de brincadeira só”.[16] Y María le sonrió, y le coqueteó con la mirada, sin darse cuenta.

Decenas de niños venían con sus aguara-ruguái encendidos quemándose los pies los unos a los otros, haciendo reír a la gente, y enojar a algunas mamás que tendrían que poner al sol sábanas y colchones al día siguiente. A María le pareció ver las cuatrillizas piernas morenas de Julia y Julio en medio de las que saltaban y se esquivaban del fuego, e instintivamente le tomó la mano al hombre que la acompañaba. “Você nâo quer ir pra outro lugar?”,[17] preguntó el joven. Ah… mais tarde…”,[18] respondió ella mientras buscaba entre tanta lumbre.

El jolgorio fue grande cuando apareció el toro candil con sus cuernos encendidos –menos María y dos o tres niños, a quienes se les escurrió alguna lágrima de terror, todos bailaron con él y le estiraron la cola-.

Recordar fue inevitable. Los ígneos demonios despertaron –tanto hincharles, cómo no iban a despertar-. Y el toro se convirtió en perro, y la peineta que llevaba María en el pelo, hocico de perro loco.

Aí foi... até um dia que eu cheguei aqui, me aconteceu esse... Esse me volveu outra vez. Esse me deixa muito triste porque uma que fazia como era minha amiga... Me bateu esse, e estava com mi neta, com minha filha, e desesperou e saiu buscar ajuda lá nessa casa dessa senhora que eu pensava que era minha amiga. E... no fim... aí veio a empregada e o cara que estava lá junto. Chegou aqui e yo disse que não é eu, era um espiritu que baixava e chamava Paulo, e pedia pra buscar essa senhora, buscar porque ele queria hablar com ela. E ela pegou e levou meus filhos. A única coisa que ela mandou foi a policía vir. A policía me pegou muito acá. Muito me pegou... por mi cara, por mi corpo todo... e me enjemou. Eu agradeço uma senhora. Essa senhora que chegou acá com su marido e pediu pra tirar a jema de mim. A policía ainda fez eu ir na casa dessa senhora. Eu fui. E ela riu de mim. Yo pedi a Deus, se Deus existir, que Deus fazisse ela pagar o que ela fez ne mim, porque yo no merecia. Que fazisse ela pagar. [19]

Un anciano esparció las brazas candentes de la hoguera con maestría, y caminó sobre ellas. “¡Viva el señor San Juan!”. La fila era larga, y los pies caminaron con inquietante circunspección la calzada roja.

Alguien trajo un bulto envuelto en una sábana y lo descubrió para alegría de todos. Era la hora del Judas-kái[20], y hasta a María le causó cierta gracia verse parodiada en una muñeca de trapo negro en tamaño natural, con varias pequeñas muñecas atadas a su cuerpo. María no sabía leer, pero conocía de memoria la grafía de su nombre… Recibía fraternas palmaditas en el hombro, y se reía con inocencia, mirando al suelo, y frotándose los brazos como una niña tímida; mientras, escuchaba a la gente decir algo que ella no entendía, pero que la ruborizó.

Bastó con que le prendieran fuego al muñeco para que ella reviviera terrores añejos y lanzara una exclamación que promovió la carcajada grande. Se frotó los pechos y las piernas, y tembló como sacudida por un terrible dolor.

Ña Martina celebró más que nadie la humillación de la brasileña. Ambas supieron que tenían que irse.

Trató de abrirse paso en medio de la gente, pero los kamba, que empezaban su obsceno espectáculo le cerraron el paso. María estaba envuelta en llamas y no podía escapar.

Ña Martina arrastró sus pies hasta el oratorio, dentro de su casa. Se guardó de todo ruido en la oscuridad de ese cuartito. Encendió un fósforo, y encendió una vela frente al concilio de cuadros y estatuillas religiosas. La vela empezó a echar su humo negro.

Dos sombras saltaron el pobre quinchado de madera, se arrastraron por la oscuridad del patio hasta una puerta. Vacilaron. El fósforo iluminó sus negras pupilas, su piel morena, pintada de negro. La lumbre se levantó imponente, espantó las sombras del patio, espantó sus sombras.

La vela humeaba.

Cuando los cuatro muchachos llegaron al portón de la casa de María, se vieron atropellados por un nubarrón de humo negro. Comprobaron con horror que la casa de su amiga –su casa segura, su tambo…- se consumía en llamas. Trataron de apagar el fuego como pudieron: A cada balde de agua que el vecino les alcanzaba, el fuego crecía; cada vez más se veía el fuego, cada vez menos la casa.

En el cuarto de ña Martina la Virgen hizo una mueca de desprecio, le dio la espalda a la vela, que se apagó. Ña Martina se llenó de miedo, pero supo que “ya estaba”.

Las cabezas se volvieron hacia el grito pétreo: el grito de María.

Sintió un ardor de origen invisible en sus pies que la consternó; sentía que se le quemaban las piernas; le dolió el vientre, y sus flácidos pechos se achicharraron. Su piel se ensombreció, se carbonizó, empezó a desintegrarse, como la casa, al tiempo que otro alarido erizaba los pelos de todos los ojos que se dieron cita en el lugar del siniestro. “Meus filho!”.[21]

Por fin el viento se llamó a la noche, y se llevó con su fúnebre silbido la negra ceniza de la casa de María, la negra ceniza de María. Un olor a flores podridas invadió las narices, y un charco se escurrió por las calles queriendo lamer los pies de la gente.

Un rumor de cuerpos incinerados, de ánimos consumidos por el fuego.

César, Gabriel, Nelson y Miguel. El rumor empezaría a matarlos por dentro. Estaban fulminados.



[1] Piri-piri: Banderines decorativos de papel.

[2] Naranja-hái: Citrus aurantium. En guaraní su nombre significa “naranja amarga”. Utilizada para la elaboración de esencias, era común como árbol ornamental por las calles de Asunción. Originario del sudeste asiático, ya está naturalizado en el Paraguay.

[3] Kureñembohuguái: Ponerle la cola al cerdo.

[4] Paila-jeheréi: Lamida de paila.

[5] Yvyrasỹi: Palo resbaladizo. Juego tradicional de las festividades de San Juan que consiste en trepar a lo largo de un tronco enjabonado de altura considerable para coger los premios que cuelgan de la punta.

[6] Kurupi: Ser mitológico con falo extensísimo.

[7] Karréra-vosa: Carrera en bolsa.

[8] Kambuchi-jejoka: Especie de juego de piñata. Se colocan dulces y baratijas en el interior de un cántaro que debe ser roto con un palo o con una piedra por alguien con los ojos vendados.

[9] Kamba-ra’anga: Personajes disfrazados de negros, pícaros y socarrones.

[10] Pombéro-jepe’e: Pombero calentándose junto a la hoguera. Actividad lúdica en la que alguien se disfraza de pombero y se encierra en un cubículo, en una choza, tienda o habitación a calentarse junto al fuego. Generalmente, el personaje está desnudo.

[11] Casamiento-koygua: Casamiento agreste. Dramatización de una boda llena de peripecias chabacanas.

[12] Después nos vamos a tu casa, María. ¿Está bien?

[13] Claro, pueden ir a la hora que quieran.

[14] Pelota-tata: Pelotas de trapo rociadas con combustible.

[15] Quentão: Bebida caliente típicamente brasileña preparada con vino y azúcar.

[16] No es para tener miedo, es sólo un juego.

[17] ¿No querés ir a otro lugar?

[18] Ah… Más tarde…

[19] Entonces fue… hasta que un día llegué aquí y me pasó eso… Eso volvió. Eso me deja muy triste porque una, que decía ser mi amiga… Eso me pasó, y yo estaba con mi nieta, con mi hija, y ellas se desesperaron y fueron a buscar ayuda en casa de esa señora que, yo creía, era mi amiga. Y… al final vino la empleada con el tipo que estaba allá. Llegaron acá y yo dije que no era yo, que era un espíritu que me había “bajado”, que se llamaba Paulo, que pedía que buscaran a esa señora, que la buscaran porque quería hablar con ella. Y la señora agarró a mis hijos y se los llevó. Lo único que ella hizo fue llamar a la policía. La policía me pegó mucho acá. Me pegó mucho, la cara, todo el cuerpo… y me esposaron. Yo agradezco a una señora. Esa señora vino aquí con su marido y pidió que me quitaran las esposas. La policía además me hizo ir a la casa de esa señora. Yo fui. Y ella se rió de mí. Yo pedí a Dios, que si Dios existiese, que Dios la hiciese pagar por lo que me había hecho, porque yo no lo merecía. Que la hiciese pagar.

[20] Judas-kái: Quema de Judas. En estas festividades se confecciona un muñeco, Judas, al que se le puede bautizar con el nombre de una persona que ha sido desagradable el último año. El muñeco es llenado con explosivos y se lo quema en público en el clímax de la celebración.

[21] ¡Mis hijos!

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